- Urge una reforma del sistema político que fomente nuevos liderazgos, limite la influencia del dinero en la política y promueva un debate de propuestas concretas.
El debate de anoche entre el presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump dejó a muchos estadunidenses (y ciudadanos en el mundo) no sólo con una sensación de déjà vu y preocupación por el futuro del país, sino con un desconcierto absoluto sobre los resortes que hoy por hoy mueven a las democracias y a la masa de votantes, no solamente en Estados Unidos, sino en el planeta entero.
Trump, fiel a su estilo, lanzó una avalancha de afirmaciones sin fundamento, distorsionando hechos y atacando a su oponente sin piedad. Su retórica divisiva y su aparente desprecio por la verdad siguen siendo una constante en su discurso político.
Por otro lado, Biden luchó por mantener la coherencia en varios momentos clave. Sus respuestas a menudo fueron lentas y, en ocasiones, confusas, reavivando las preocupaciones sobre su edad y capacidad mental para liderar a la nación más poderosa del mundo.
Este espectáculo lamentable plantea serias preguntas sobre el estado de la democracia estadunidense (la más trabajada del mundo, teóricamente) y su impacto global. ¿Cómo puede la primera potencia mundial ofrecer sólo estas dos opciones a sus ciudadanos?
La polarización política, la erosión de la confianza en las instituciones y la aparente incapacidad para fomentar y hacer crecer nuevos liderazgos son síntomas de una crisis más profunda. El mundo observa con aprensión, consciente de que las decisiones de Estados Unidos tienen repercusiones globales.
Es hora de que los estadunidenses exijan más de sus líderes y de su sistema político. El futuro de su nación, y en cierta medida el del mundo, depende de ello.
Las consecuencias de este debate van mucho más allá de las fronteras estadunidenses. La credibilidad de Estados Unidos en el escenario internacional, como líder y faro global, está en juego.
Por un lado, la propensión de Trump a difundir desinformación socava la confianza mundial en la política estadunidense. Sus declaraciones erráticas sobre alianzas internacionales, acuerdos comerciales y política exterior generan incertidumbre entre los aliados y pueden ser explotadas por adversarios geopolíticos.
Y las dudas sobre la capacidad cognitiva de Biden plantean interrogantes sobre quién realmente está al mando en la Casa Blanca. Esto puede llevar a que otros países cuestionen la estabilidad del liderazgo estadunidense y busquen alternativas en el orden mundial.
El impacto económico también es considerable. Los mercados financieros reaccionan negativamente ante la inestabilidad política y la falta de claridad en las políticas futuras y eso puede frenar inversiones, tanto nacionales, como extranjeras.
Además, este panorama político fomenta el cinismo entre los votantes, especialmente los jóvenes. La desafección política puede llevar a una menor participación electoral y al debilitamiento del proceso democrático.
Urge una reforma del sistema político que fomente la aparición de nuevos liderazgos, limite la influencia del dinero en la política y promueva un debate basado en hechos y propuestas concretas.
El mundo necesita un Estados Unidos estable, confiable y liderado por individuos capaces de enfrentar los complejos desafíos del siglo XXI. El escenario actual no sólo es preocupante para los estadunidenses, sino para todos aquellos que valoran la estabilidad global y el progreso democrático.