La caída de Ismael El Mayo Zambada en manos de las autoridades de procuración de justicia estadunidenses –el jueves pasado, en Nuevo México– ha sido uno de los hechos más desconcertantes para el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, pues le pasó completamente de noche y pocas horas después debió reconocerlo así en público y pedir “informes” a Estados Unidos. Ya sea mediante una negociación con el Departamento de Justicia o una treta maquinada por Joaquín Guzmán López –quien aparentemente acordó su propia detención, consumada ese mismo día–, El Mayo llegó a EU sin que parte alguna de la planeación haya pasado por Palacio Nacional. Pese a que han pasado tres días, falta conocer muchos de los detalles de cómo fue que el elusivo y discreto fundador del Cártel de Sinaloa, de 76 años de edad, fue aprehendido por primera vez en su vida.
Sueña extraña la versión de que Guzmán López –después de toda la animadversión que ha habido entre los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán y El Mayo–, haya podido atraer a éste a un lugar y una situación que le permitió subirlo a un avión y volarlo del otro lado de la frontera para entregarlo a las autoridades estadunidenses como una presa, sin que hiciera nada el personal de seguridad de Zambada.
Esa versión ha sido difundida por diferentes medios y validada por Frank Pérez, abogado del veterano capo, quien dijo al editor de información de justicia del diario Los Angeles Times, Keegan Hamilton, que su cliente “ni se rindió ni negoció condición alguna con el gobierno de Estados Unidos”.
El litigante agregó que El Mayo “fue emboscado, tirado al piso y esposado por seis hombres en uniformes militares y por Joaquín (Guzmán López). Le amarraron las piernas y le pusieron una bolsa negra sobre la cabeza. Luego lo colocaron en la batea de una camioneta y lo llevaron a una aeropista. Allí, lo subieron a un avión, con las piernas amarradas al asiento por Joaquín, y traído a EU contra su voluntad. Los únicos que iban en el avión eran el piloto, Joaquín y mi cliente”.
De nuevo, falta entender cómo pudo haber sucedido todo esto sin que hubiera mayor resistencia. Las distintas versiones que hablan de un engaño no lo explican de manera convincente. Tampoco ha habido –hasta ahora, al menos– una reacción violenta por parte de la facción de Zambada contra otros miembros del Cártel de Sinaloa. Sería natural que, ante una traición, el sucesor de El Mayo, es decir, su hijo Ismael Zambada Sicairos, alias El Mayito Flaco, no se quedara cruzado de brazos. Otra posibilidad –aunque también falta documentarla– es que el capo haya decidido entregarse a la justicia estadunidense, pero que no quiera reconocerlo. Quienes defienden esta hipótesis dicen que El Mayo se sabe viejo y le gustaría dejar las cosas arregladas para sus mujeres e hijos.
Los hechos de los próximos días –o semanas o meses– nos irán diciendo cuál de esas versiones tiene mayor sustento. Pero aquí ya hay dos cosas claras: 1) Con la salida de El Mayo del escenario, el panorama del crimen organizado en México tendrá reacomodos, 2) el gobierno mexicano fue hecho a un lado por sus contrapartes estadunidenses.
Fue evidente la desinformación en la conferencia mañanera del viernes al tratar de explicar lo sucedido. Los funcionarios presentes, incluido el Presidente –quien prefirió transferir a Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad, la responsabilidad de hablar del tema–, se equivocaron al decir que los dos personajes salieron del aeropuerto de Hermosillo a bordo de un avión Cessna que nada había tenido que ver en el asunto y sólo coincidió que voló ese jueves por la mañana de la capital sonorense al aeródromo de Santa Teresa, Nuevo México, a donde, efectivamente, fueron llevados Zambada y Guzmán. Pero, como hoy se sabe, el avión no fue ése, sino uno más grande, un Beechcraft King Air sin matrícula, cuya ruta no ha sido confirmada.
Lo único claro de esta historia es que el gobierno estadunidense procedió sin informar de antemano al gobierno mexicano. Y a éste sólo le quedó la opción de pedir informes a toro pasado.