Es momento de pensar en el futuro. En el futuro inmediato, y la conclusión de un proceso electoral bañado en sangre, como ningún otro; en el futuro a corto plazo, y lo que podría ocurrir entre la celebración de los comicios y la investidura de quien resulte ser la nueva presidenta.
En el mediano plazo, en la viabilidad de un gobierno que no sólo tendrá que hacerse cargo de los errores cometidos por su predecesor, sino que iniciará funciones con la espada de Damocles de la revocación de mandato y la presencia, inevitable, de un expresidente de corte mesiánico. El país quedará dividido después del próximo domingo: la crispación llegará al límite, y —sin importar el resultado— el bando perdedor quedará resentido e inconforme. La intromisión del Presidente ha sido demasiada, y evidente: su injerencia en los comicios será acusada de inmediato en caso de que su candidata resulte ganadora, y la oposición se enardecerá aún más. Lo mismo del otro lado: la lluvia de encuestas desde la mañanera ha generado una expectativa de triunfo, en el sector oficialista, que impedirá el reconocimiento de cualquier resultado favorable a la candidata de la oposición. La tormenta perfecta.
Una tormenta que iniciará el día mismo de los comicios, y que se recrudecerá conforme se acerque la fecha de la toma de posesión del próximo gobierno: a las protestas políticas seguirán las sociales, y a las sociales habrán de seguir las jurídicas. Septiembre es un mes que —de suyo— es complicado para cualquier gobierno: el Presidente, por lo visto, otra vez tiene otros datos y planea terminar en grande. La realidad lo alcanzará, sin embargo, a pesar de sus esfuerzos: el poder se diluye día con día, y la polarización que cultivó terminará por rebasarlo. El Informe, el día primero; la ceremonia del Grito de Independencia, quince días después. El 26 se cumplirán diez años de la tragedia de Ayotzinapa; el 2 de octubre, la fecha simbólica que no olvidaremos jamás. El Presidente se peleó con todos, y cada uno de ellos espera la oportunidad de cobrarle: el Presidente se retira el primer día de octubre, y antes de eso habrán de llegarle no sólo las facturas, sino —sobre todo— los invoices.
Es momento de pensar en el futuro: es momento de pensar en nosotros, desde lo colectivo. El mandatario ya se va, y el lopezobradorismo durará lo mismo que el echeverrismo: México queda, sin embargo, y de la lucha de contrarios provocada por el Presidente tendrá que salir un país mejor. Como candidato, Andrés Manuel fue la antítesis de un sistema que había muerto, y supo denunciar sus deficiencias: como Presidente, López Obrador no supo hacer más que continuar el conflicto que le había dado razón de ser. Es absurdo seguir hablando sobre lo que pasó en el 2006, y lo será aún más en el próximo sexenio: es imposible ocultar la corrupción de los más cercanos al régimen, y en cuanto se pierda el manto de protección todo terminará saliendo a la luz. Es momento de pensar en el futuro.
Es momento de pensar en el futuro común, que no en los rencores particulares; es momento de pensar en el país en el que vivimos, que no en los personajes que lo gobiernan. Es momento de pensar en nosotros, y en nuestros hijos: es momento de pensar en el país al que estamos apostando, en realidad, al momento de emitir nuestro voto. La democracia no se trata de que ganen unos, sino de que ganemos todos: la democracia no se trata de hacer enojar a fifís o chairos, sino de construir un país en el que clasificaciones de ese tipo resultaran irrelevantes.
La votación es el próximo domingo, y la decisión —a final de cuentas— es nuestra. Los apoyos del bienestar no se van a retirar, el Metro no subirá de precio. El país, en cambio, podría convertirse en una nación propensa al autoritarismo y a las decisiones de una sola persona que, por su decisión personal, se retirará a La Chingada en cuanto todo eso acabe. Cada uno decide por lo que le conviene en lo personal: los ciudadanos verdaderos lo decidiremos el próximo domingo. El país está puesto: es momento, sin duda alguna, de pensar en el futuro. Nuestro momento, sin duda alguna, de inundar la urnas.