El proceso electoral en México se ha convertido en un proceso abigarrado, complejo, que, producto de esa desconfianza entre los políticos —herencia del pasado—, se ha complicado en exceso, más el precio que deben pagar los contribuyentes para mantener esos absurdos.
Como parte de la herencia política que asumimos los mexicanos por vivir una democracia simulada a lo largo del siglo pasado, con un partido único de Estado al que estamos regresando en pleno siglo XXI, se encuentra la desconfianza de los principales “actores políticos” que hoy se disputan el poder tras la fallida alternancia que vivimos en el 2000 con un aparente cambio de régimen que nunca se consolidó y cuyo ganador se conformó con “sacar al PRI de los Pinos”, pero que nunca se comprometió con un cambio verdadero.
Esa desconfianza nos ha costado no sólo recursos tan necesarios para superar tantos rezagos sociales que no se solucionan únicamente con programas hacia los que menos tienen, sino también se ha traducido en enconos y odios en los que hoy se basa el “éxito electoral” de quienes en el pasado militaron en el antiguo partido único y hoy forman parte de uno nuevo, similar al de hace un siglo.
Hace unos días, en una estupenda investigación del periódico Excélsior se da cuenta de que mientras cada voto válido emitido para elegir Presidente, diputados y senadores costó menos de 20 pesos, cada sufragio anulado representó más de 580 pesos del dinero de todos los ciudadanos.
Lograr desde hace muchos años la autonomía de la organización electoral y dar un paso hacia la institucionalización de los comicios en nuestro país, a diferencia de lo que ocurría en los 60, 70 y 80, en donde los que contaban los votos eran los integrantes del propio gobierno priista de aquellas épocas, significó no sólo inversiones millonarias de dinero público, sino también vidas y presiones políticas contra quienes lucharon por tener una democracia real.
Pero todo indica que hoy truncamos el camino.
El proceso electoral en México se ha convertido en un proceso abigarrado, complejo, que, producto de esa desconfianza entre los políticos —herencia del pasado—, se ha complicado en exceso, más el precio que deben pagar los contribuyentes para mantener esos absurdos.
Si se revisa el proceso para votar encontramos cosas que le cuestan a la sociedad. La credencial misma es un ejemplo de ello.
Parecemos el país de “las mil credenciales”. El llamado INE —antes IFE— trae una serie de información que suple a otras.
Cuando se acude a hacer un trámite le preguntan si lleva su INE, pero, además, copia de la CURP debidamente certificada.
Cuando usted argumenta que en la credencial para votar vienen todos los datos, de todas formas el burócrata le dice que necesita su CURP.
Luego le requieren su acta de nacimiento; usted contesta: en la CURP viene mi estado y fecha de nacimiento.
No, de todas maneras hay que llevar el acta debidamente certificada.
Así que para realizar un trámite necesita llevar varios documentos para demostrar que usted es usted.
Cuando esto se traduce en lo electoral estamos entonces frente al exceso total.
Ello da como resultado un proceso que, además de costoso, es difícil de entender para el ciudadano, resultado de la desconfianza de décadas de nuestra clase política.
Los que antes “repartían” el pastel del poder hoy desconfían de los que actualmente lo hacen.
El cuento de nunca acabar.
CAMPAÑA EXITOSA
Ni duda cabe que la campaña que realizó Alessandra Rojo de la Vega para llegar a la estratégica alcaldía de Cuauhtémoc, en la CDMX, contrastó con la del candidato panista Santiago Taboada, quien fracasó en la búsqueda de gobernar la capital del país, al pensar que su elección era de “puro trámite”.
Mientras Taboada sólo atinó a dar un golpe mediático a Clara Brugada, Alessandra no “soltó” a Caty Monreal durante el tiempo que duró la campaña con denuncias certeras sobre la fortuna de su familia (gasolineras y terrenos) y los “intereses” de su papá en la alcaldía.
Llamó la atención que Rojo de la Vega prácticamente estuvo sola toda la campaña y, a pesar de ello, dio buena batalla con pocas herramientas, presupuesto limitado y con un equipo muy compacto de aliados que la venían acompañando de tiempo atrás. Bien por Alessandra.