No es sensato que sean electores de ministros quienes nunca han litigado en Corte.
En estos tiempos hay decisiones y acciones que no alcanzo a comprender cabalmente. La Edad Media tampoco era lógica, pero el hombre tardó mil años en darse cuenta de ello. Ahora, nos parece ilógico que los medievales no tuvieran lógica. Para ellos, nosotros hubiéramos sido los ilógicos.
Hoy tenemos repúblicas donde los gobernantes no se comprometen, los candidatos no se obligan y los electores no se interesan. Donde casi nadie quiere reconocer sus problemas porque tampoco quiere asumir sus soluciones ni sus precios. Donde los que mandan creen ser los más geniales, honestos, únicos y superiores de todos los tiempos, porque viven en una mezcla de onanismo y onirismo, según dirían Sigmund Freud y Erich Fromm.
Parafraseando a Séneca, es muy fácil distinguir entre la lucidez y la estupidez. Lo que es muy difícil es distinguir la línea divisoria entre ambas. Mucha razón tenía ese romano porque no existe ni el perfecto genio ni el perfecto imbécil.
Quizá por eso, yo sugeriría que nunca se me encuestara ni se me consultara sobre el mejor ginecólogo, ya que nunca he sido atendido por alguno ni lo seré en el futuro. No hay que consultar a quien no sabe. Sería como preguntar a Kennedy sobre el mejor geriatra, a Gandhi sobre el mejor sastre y a la Madre Teresa sobre el mejor abogado. Aquel no envejeció, el segundo no vistió y ésta última no delinquió. No es sensato que sean electores de ministros quienes nunca han litigado en una Suprema Corte.
Sin embargo, hay temas en los que creo que de algo pudiera servir mi opinión. Venturosamente ninguna organización gubernamental y ningún partido político se han interesado en ello y creo que no les gustaría mi respuesta.
Conozco mucho de la Suprema Corte y de los poderes judiciales. Durante más de 40 años ininterrumpidos he litigado en ellos. La mitad de ese tiempo, defendiendo al gobierno mexicano y la otra mitad, defendiendo a los mexicanos gobernados. Invariablemente, siempre lo he hecho con limpieza y prácticamente siempre me ha abrazado la victoria.
Nunca he sido ministro. Una vez porque pude serlo, pero no quise y otra vez porque sí quise serlo, pero no pude. Me complace que los ministros siempre me han brindado su amistad sincera y limpia. Los admiro y los respeto.
He sido hijo y padre de juzgadores, así como muchos jueces, magistrados o ministros han sido mis maestros, mis alumnos, mis jefes, mis colaboradores, mis amigos y mis socios. Desde luego, he vivido lo suficiente para saber quién los pone y quién los quita, así como sé quién ha puesto a todos nuestros presidentes o gobernadores. Y, por supuesto, quién me puso a mí en todos mis puestos, incluyendo los de elección popular y democrática. Lo sé tan bien como sé quién pone los regalos en el árbol.
Quizá por todo eso no me entusiasma el sistema electoral judicial. Lo siento poco serio porque le pregunta a quienes no saben. Si una aerolínea permitiera que los pasajeros votaran por el piloto que los llevara, yo preferiría no abordar y mejor cambiar mi pasaje a otra aerolínea más seria.
Me preocupa que de nueva cuenta se volviera a destruir a la Suprema Corte y a todo el sistema judicial, tal como en el pasado lo hicieron Santa Anna, Victoriano Huerta y Ernesto Zedillo. Sus defectos son para corregirla, pero no para destruirla. Una casa hipotecada no se salva quemándola.
Tampoco eso significa que me espante. Soy tigre viejo y nosotros cazamos mejor en las oscuridades como en las que México se ha metido y se meterá otra vez. En la negrura nocturna las presas son más fáciles, más lentas, más torpes y más ciegas. La noche nos facilita todo porque no nos asusta, no nos ciega y no nos duerme.
En la cadena infinita, los tigres jóvenes salen a cazar con los tigres viejos. Los jóvenes defienden a los viejos con su vigor y los viejos protegen a los jóvenes con su saber. Para nuestro bien, en muchos jóvenes mexicanos hay un tigre que no se asusta, que no se arrodilla y que no deserta.